Un blog para pensar sobre los valores en la vida cotidiana.

Amarás al prójimo como a ti mismo. (Mt,12,31)

Para que marche bien el engranaje de nuestra compleja maquinaria, hace falta una caja de herramientas en la que se encuentran los valores. Entre ellos hay grandes conceptos, esenciales en la condición humana: la libertad, la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia. Ahí están vigentes desde hace milenios y no creo que el ser humano haya pensado nunca en nada mejor.
Pero hay también valores escondidos. Como valor es todo aquello que se valora, y hoy apreciamos muchas actitudes absurdas, puede ser bonito desentelarañar esos valores pequeños que miran hacia la trascendencia y dan sentido a la vida.
Sobre algunos de ellos quiero reflexionar en este blog porque son ellos los que estarán iluminados desde mi interior el día que me quiera. Y tengo que amar al prójimo como a mí mismo.

lunes, 14 de enero de 2013

EL ESPEJO







En un pequeño libro extraordinario que se llama Lettres à un jeune danseur, el famoso coreógrafo Maurice Béjart describe así la relación de un bailarín con el espejo frente al que trabaja tantas horas cada día: “Cuando entras en el estudio de danza, el espejo viene hacia ti, se pone a tu lado, te aspira, te rodea, te devora. Tú eres feliz ante el espejo, crees que te estás viendo en él. Pero el espejo te miente. La imagen que devuelve de ti es la más engañosa, la más falaz, la más subjetiva. En el espejo solo ves lo que quieres ver. Ese que ves en el espejo, no eres tú, nunca eres tú, sino lo que tú quieres ser.”

Probablemente eso mismo nos ocurre a los ciudadanos de a pie ante el espejo de nuestro propio cuarto de baño cada mañana. Y por supuesto, nos ocurre al ver nuestro reflejo en un escaparate al pasar, o en un charco de lluvia. Frente a cualquier espejo sonreímos, para levantar a la vez el ánimo y las facciones.

Estos chiquillos se están mirando también en un espejo. En su caso, de agua sucia en un campo de refugiados del Congo. Ahí los tenemos, crecidos en el reflejo, con sus brazos en jarras, bien derechos, dispuestos para afrontar el día, con el cielo azul brillando sobre sus cabezas como un mensajero del mejor futuro. Ellos también ven en el espejo a quienes quieren ver, por eso parecen vestidos, alimentados, protegidos. Por eso no aparecen en el reflejo esos piececillos sucios, calzados con una sola chancleta, los pies de un niño que tiene hambre y miedo.

Los seres humanos nos fascinamos ante los espejos y tal vez por eso no terminamos de ser quienes debiéramos ser. Seguimos viviendo como si amaneciera cada mañana una sucesión infinita de días; como si no hubiera entre todos nosotros una conexión universal; como si este campo de refugiados no fuera, sencillamente, el lugar donde cada uno de nosotros pudo haber nacido; y sin comprender por qué no fue así. Seguimos sin entender cuánto esfuerzo debemos aportar todos juntos para que suceda eso de “Venga a nosotros Tu Reino”.