Es curioso que el lenguaje de todos los pueblos de la Tierra sitúe arriba lo bueno y abajo lo malo de la vida. Que hablemos de subir el ánimo, remontar el vuelo, elevar el espíritu, superar la enfermedad. Esperamos la buena noticia de que la economía crece, las grandes oportunidades son “la guinda del pastel”, decimos que los triunfadores están en la cumbre y elaboramos el “top” de las canciones del verano.
Es curioso que todos sintamos un placer especial en respirar el aire de los lugares altos, en subir a los montes o disfrutar de las vistas desde las azoteas y los áticos. Es curioso que de niños soñemos con casitas en los árboles, de jóvenes con coger el ascensor del Empire State y de mayores con ver a los hijos en más alta posición que nosotros. Y por supuesto, es curioso que quienes padecen vértigo sean tan conscientes de que se pierden cosas buenas.
Los pueblos que tienen cerca un monte colocan en su cima una cruz, una ermita, o un tótem si se tercia. En todos los caminos que el ser humano ha recorrido para acercarse al misterio de Dios, la muerte y el infierno están bajo el suelo, y la morada de Dios en las cumbres, desde el Olimpo al Macchu Picchu, con una parada importantísima en el Monte Sinaí y en esa oración esencial que comienza saludando al Padre nuestro que está en los cielos.
Creo que los seres humanos expresamos con estas manifestaciones una intuición profunda: sobre nosotros se extiende un Protector cuya mirada abarca de un vistazo todo lo pequeño de nuestras vidas, como abarca un montañero todo el valle cuando llega a la cima. Seguramente por eso todos deseamos subir.
El verano es buen momento para ir hacia arriba. Al fin y al cabo, “Venga a nosotros Tu Reino” significa “haz que tu casa y tu ciudad sean como el cielo”.