Me han contado la historia de un buen hombre convencido de que si reproducía el David de Miguel Ángel en una bolita de miga de pan y la colocaba sobre el pedestal de la estatua, nadie notaría el cambio.
Es absurdo, ¿verdad? Pues miren esto otro:
¡Esto lo dice nada menos que Schopenhauer! Esta pretensión de que es posible caminar sin agarraderas, ¿no se parece a la de esculpir el David en una bolita de pan? Yo creo que sí y por eso estoy tratando de encontrar una palabra que seguramente no existe para definir el valor de la “humildad ante el misterio”.
Todos nosotros somos una amalgama compleja. Capaces del bien, del Arte, de la Ciencia, de la Filosofía, pero también del mal y de la injusticia; inmersos en nuestro nivel racional e intelectual y en la profundidad de nuestros sentimientos y deseos; cuestionados por un misterio que nos envuelve desde el origen y nos iguala en el final, los seres humanos no podemos caminar sin algunas agarraderas. Ya nos gustaría.
La inteligencia humana se engrandece cuando reconoce sus limitaciones. ¿Cuántas explicaciones sobre el origen del universo han pasado de largo antes de que Stephen Hawking, este pasado verano, haya dado con la prueba definitiva de la inexistencia de Dios? Pues bien, falta media hora para que otro gran científico la refute. Y esto no puede detener el avance de la ciencia, sólo debe situarla en su verdadera dimensión que es irremediablemente humana.
Existe el misterio de lo desconocido, que excita la curiosidad insaciable de nuestra mente para bien de todos, y existe el misterio de lo incognoscible, un umbral que, sencillamente, no se puede atravesar. Si uno cree en la vida eterna, acepta humildemente un misterio que no va a poder explicar; si no cree, lo acepta también puesto que la incógnita sobre lo que pasa después de la muerte es irresoluble.
Quién se engaña con la omnipotencia de la razón puede terminar asido a las agarraderas de la superstición, a cuenta de negar las del misterio. Podemos pensar, filosofar, para conocer mejor nuestra esencia y nuestro entorno, para intervenir en la mejora del mundo, para desarraigar la banalidad del mal. Podemos rezar en señal de humilde aceptación del misterio de la vida y de la muerte, en reconocimiento de grandeza de Dios y la limitación de nuestras fuerzas.
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