Un blog para pensar sobre los valores en la vida cotidiana.

Amarás al prójimo como a ti mismo. (Mt,12,31)

Para que marche bien el engranaje de nuestra compleja maquinaria, hace falta una caja de herramientas en la que se encuentran los valores. Entre ellos hay grandes conceptos, esenciales en la condición humana: la libertad, la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia. Ahí están vigentes desde hace milenios y no creo que el ser humano haya pensado nunca en nada mejor.
Pero hay también valores escondidos. Como valor es todo aquello que se valora, y hoy apreciamos muchas actitudes absurdas, puede ser bonito desentelarañar esos valores pequeños que miran hacia la trascendencia y dan sentido a la vida.
Sobre algunos de ellos quiero reflexionar en este blog porque son ellos los que estarán iluminados desde mi interior el día que me quiera. Y tengo que amar al prójimo como a mí mismo.

martes, 10 de enero de 2012

Miga de pan



Me han contado la historia de un buen hombre convencido de que si reproducía el David de Miguel Ángel en una bolita de miga de pan y la colocaba sobre el pedestal de la estatua, nadie notaría el cambio.

Es absurdo, ¿verdad? Pues miren esto otro:

 Nadie que sea religioso acude a la filosofía; no la necesita. Nadie que filosofe de verdad es religioso, pues camina sin necesidad de agarraderas, peligrosamente pero en libertad. Así que sé religioso y reza o sé filósofo y piensa, pero sé solo una de las dos cosas según tu naturaleza y tu cultura. 

¡Esto lo dice nada menos que Schopenhauer!  Esta pretensión de que es posible caminar sin agarraderas, ¿no se parece a la de esculpir el David en una bolita de pan? Yo creo que sí y por eso estoy tratando de encontrar una palabra que seguramente no existe para definir el valor de la “humildad ante el misterio”. 

Todos nosotros somos una amalgama compleja. Capaces del bien, del Arte, de la Ciencia, de la Filosofía, pero también del mal y de la injusticia; inmersos en nuestro nivel racional e intelectual y en la profundidad de nuestros sentimientos y deseos; cuestionados por un misterio que nos envuelve desde el origen y nos iguala en el final, los seres humanos no podemos caminar sin algunas agarraderas. Ya nos gustaría. 

La inteligencia humana se engrandece cuando reconoce sus limitaciones. ¿Cuántas explicaciones sobre el origen del universo han pasado de largo antes de que Stephen Hawking, este pasado verano, haya dado con la prueba definitiva de la inexistencia de Dios? Pues bien, falta media hora para que otro gran científico la refute. Y esto no puede detener el avance de la ciencia, sólo debe situarla en su verdadera dimensión que es irremediablemente humana.

Existe el misterio de lo desconocido, que excita la curiosidad insaciable de nuestra mente para bien de todos, y existe el misterio de lo incognoscible, un umbral que, sencillamente, no se puede atravesar. Si uno cree en la vida eterna, acepta humildemente un misterio que no va a poder explicar; si no cree, lo acepta también puesto que la incógnita sobre lo que pasa después de la muerte es irresoluble.

Quién se engaña con la omnipotencia de la razón puede terminar asido a las agarraderas de la superstición, a cuenta de negar las del misterio. Podemos pensar, filosofar, para conocer mejor nuestra esencia y nuestro entorno, para intervenir en la mejora del mundo, para desarraigar la banalidad del mal. Podemos rezar en señal de humilde aceptación del misterio de la vida y de la muerte, en reconocimiento de grandeza de Dios y la limitación de nuestras fuerzas.




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