Decía el sabio chino Chuang-Tzú (siglo IV a. C.) que los hombres verdaderos de los tiempos antiguos dormían profundamente, sin soñar.
Inmersos en la naturaleza y en el misterio de la vida, no tenían necesidad de explicarse a sí mismos. Por eso las estatuillas que pintaban o esculpían en el barro no tenían boca, como atestiguan los hallazgos arqueológicos. ¿Para qué si del misterio que les envolvía no se podía hablar?
Después de siglos de cambio de perspectiva del ser humano frente al mundo y la naturaleza, los hombres modernos hemos desplazado al misterio del centro de nuestras vidas y lo hemos sustituido por un trono desde el que gobierna la razón. Y por supuesto, necesitamos una boca bien grande porque la razón lo explica todo.
¿Todo? Escribe Heidegger que la esencia del hombre no se puede expresar a partir de una perspectiva biológica a la que se añade un elemento trascendente, porque el hombre no es un animal con un plus metafísico. Cada persona está inmersa en la tensión de su entorno: puede elegir, intervenir, comprender, desear, amar, soñar, reír, imaginar, llorar, establecer un diálogo amistoso, entrar en su interior, nombrarse, definirse... Y esto es mucho más que ser animal racional, la vieja definición limitada solo al instinto y la inteligencia.
Así que frente al misterio de nuestro nacimiento, del amor, de la muerte, de la moral o de la fe en Dios, en su sentido más profundo, el hombre sigue sin palabras.
Por eso me parece que al final tener fe va a ser algo tan natural como tener sed. Cuando bebo un vaso de agua, un científico me puede explicar que lo hago porque el cuerpo me envía señales de deshidratación. Lo curioso es que yo estoy ahora mismo, mientras escribo, muerta de sed pero no voy a por el vaso de agua porque estoy tan concentrada en este párrafo que no encuentro el momento de acercarme a beber.
El ser humano puede aguantar la sed con un esfuerzo de su voluntad, aunque tenga un límite, o puede beber mucho sin sed, y en ambas actitudes entran componentes que no son solo racionales. Y si en una necesidad vital tan elemental hay muchas cosas inexplicables, ¿por qué debo cuestionar con mi limitada razón las necesidades de índole espiritual?
Tengo sed y bebo; noto brotar en mi alma el impulso de la oración y rezo; el mundo me cuestiona y pienso. ¿Tenemos que encerrar nuestras facetas en una colección de cajitas etiquetadas? Somos un todo. Nos moriríamos sin beber, pero algo de nosotros moriría también si renunciáramos a rezar y a pensar.
Agradezco la presencia de este misterio que me envuelve y ya me voy a beber un vaso de agua.
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