Hace poco, en un reportaje del telediario, una muchacha joven y guapa decía ante la cámara: “¿Tú sabes lo que disfruto yo ahora de un sencillo zumo de naranja? ¡Doy gracias al cáncer por enseñarme a vivir!”.
Esta muchacha respondía valientemente - desde el corazón, que es el sitio donde mejor viven la esperanza y sus paradojas - a una pregunta difícil: ¿puede vivir con agradecimiento alguien maltratado por el dolor? La respuesta más razonable es no. Sin embargo, conozco a personas que han sabido encontrar el sentido de un dolor inhumano, no se han dejado abatir y aprecian el tesoro de vivir conscientemente; recuerdo historias increíbles de superación y esperanza; me han hablado de la alegría que se encuentra a veces en medio de la desolación en los países más pobres... Existe en el corazón del hombre la capacidad de superar el dolor, y la de trascenderlo, y la de aprender de él porque contamos con una imperiosa voluntad de vivir.
Esta cualidad está documentada y los psicólogos la denominan resiliencia. Es un término tomado de la física y alude a los materiales que son capaces de recuperar su forma original después de una gran presión, y pueden doblarse sin romperse. Así que una persona responderá al dolor de manera propia y variable en cada momento de la vida, en la medida de sus fuerzas. Y tal vez la desesperación de años pueda considerarse como un hito de aprendizaje en quien haga un recuento sereno de sus vivencias.
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