Un blog para pensar sobre los valores en la vida cotidiana.

Amarás al prójimo como a ti mismo. (Mt,12,31)

Para que marche bien el engranaje de nuestra compleja maquinaria, hace falta una caja de herramientas en la que se encuentran los valores. Entre ellos hay grandes conceptos, esenciales en la condición humana: la libertad, la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia. Ahí están vigentes desde hace milenios y no creo que el ser humano haya pensado nunca en nada mejor.
Pero hay también valores escondidos. Como valor es todo aquello que se valora, y hoy apreciamos muchas actitudes absurdas, puede ser bonito desentelarañar esos valores pequeños que miran hacia la trascendencia y dan sentido a la vida.
Sobre algunos de ellos quiero reflexionar en este blog porque son ellos los que estarán iluminados desde mi interior el día que me quiera. Y tengo que amar al prójimo como a mí mismo.

sábado, 4 de febrero de 2012

Fonteyn y Nureyev


Recuerdo un poema de Borges que empieza con este verso:

¡Es el amor! Tendré que esconderme o huir.

 El amor es enorme y cambia la vida. No es difícil comprender el miedo que le tiene Borges, como se lo tienen tantas otras personas. Pero lo mejor es que no se puede explicar ni definir. Siempre que decimos “es el amor”, nos queda la frase un poco falsa y grandilocuente, porque el amor es como el cielo nocturno, siempre más grande que nuestra percepción de él, más complejo que nuestra definición, más rico que nuestras metáforas. Por eso hay tantísimas manifestaciones diferentes de la relación entre los seres humanos que pueden decir de sí mismas: yo soy el amor.



Y una de las más bellas, en mi opinión, es la consciencia de la presencia del otro. Se da cuando sabes que una persona existe y está, aunque no la veas; cuando, de alguna manera, las cosas que te suceden se desarrollan en su presencia porque, en silencio, se las cuentas.



Me gusta mucho el ballet. Me parece que la danza, cuando alcanza el grado de arte, sublima el cuerpo humano de tal manera que dejamos de verlo para presenciar el alma. El cuerpo de un gran bailarín en escena es alma pura.



Confieso que soy fan de Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev - la mítica pareja de bailarines de mediados del siglo XX - y que colecciono los videos de sus actuaciones que me regala You Tube. Pues bien, siempre se ha especulado sobre si ellos, que fueron pareja artística durante muchos años, estuvieron alguna vez enamorados. Hace poco he leído una declaración de alguien que fue amigo de ambos. Esta persona, preguntada por la relación que unía a los dos bailarines, contestó: No fueron amantes, pero siempre eran conscientes el uno del otro. Aunque estuvieran en una sala llena de gente, Rudolf y Margot se veían, se percibían, se escuchaban. Ellos dos sabían que existían.

Sabían que existían. ¡Cómo no va a ser esto el amor!



El profesor Mariano Martín Alcázar me ha enviado este texto de Bessiere:



Hay seres que «existen» para nosotros.

Están entre los testigos interiores que nos acompañan, que nos dan fuerza y luz para vivir.

Tal recuerdo, tal imagen de hombre o de mujer, me ayuda a vivir, desde hace años.

Necesito saber que esa sonrisa, ese humor, esa mirada, siguen vivos aunque queden lejos en el espacio y en el tiempo.

Si me enterara que se han apagado, el mundo y mi vida quedarían empañados y empobrecidos.

Quizá ellos también necesiten reconocerme y saber que seré siempre su hermano.


Qué bella me parece la expresión: nuestros testigos interiores. Pues sí, existen y son para nosotros una forma del amor.


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