Aquí vamos, como una centella, confundiendo algunas mañanas el gel de ducha con el Mistol, o el after-shave con el Nenuco. Es lo que tiene esto del día a día, que nos encontramos siempre a punto de estallar, agobiados, estresados, afónicos, insomnes…y vivos.
Para muchos de nosotros están ahí, a todas horas, en presencia o en ausencia, nuestros hijos. Ahí está su necesidad de nuestro amor y nuestra presencia implicada y atenta. Y también la necesidad de que haya comida en la nevera y ropa limpia en el armario, claro.
Ahí está la pareja. Un par de veces al día nos saludamos como dos maquinistas del AVE que se cruzan en mitad del trayecto, cada uno a mil por hora y para un lado. Pero bueno, vamos cumpliendo horarios.
Ahí está el trabajo profesional, que nos ofrece tantas oportunidades de crecimiento personal y a cambio nos absorbe tanto.
Y ahí está también la voz interior que nos pide una manera de vivir más consciente, con más alma. La que nos anima a concentrarnos en lo bueno y bello de cada día para vivirlo con los ojos más abiertos. Para saborearlo en el presente y que vaya formando parte de nuestra historia.
Porque aquí estamos escribiendo una historia. Novela es el vivir y cada uno escribe la suya, que decía Unamuno. Y el día en que uno comprende esto, comienza a quererse, a distinguirse, a mimarse por dentro, como persona, es decir, miembro único e insustituible de la realidad. Nadie ha sido, es o será como nosotros. Y esa certeza es siempre el primer paso para vivir mejor.
Así que no está nada mal ponerse como objetivo concreto, a partir de un día cualquiera, empezar a quererse a uno mismo.
Porque el día que me quiera a mí mismo habré comenzado a practicar un ejercicio de inmersión en la realidad concreta. Viviré aquí y ahora, no en el pasado que llevo en la mochila ni en la incertidumbre del mañana.
El día que me quiera a mí mismo distinguiré los valores que me sirven para ser mejor y más fuerte, y así manejaré el modo de empleo de la vida.
El día que me quiera a mí mismo sabré querer a los cercanos, a los próximos y a todos los que forman parte de la hermandad de seres humanos a la que pertenezco.
El día que me quiera a mí mismo comprenderé que la vida es un viaje hacia mi propio interior. Y allí todo tiene sentido.
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