Un blog para pensar sobre los valores en la vida cotidiana.

Amarás al prójimo como a ti mismo. (Mt,12,31)

Para que marche bien el engranaje de nuestra compleja maquinaria, hace falta una caja de herramientas en la que se encuentran los valores. Entre ellos hay grandes conceptos, esenciales en la condición humana: la libertad, la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia. Ahí están vigentes desde hace milenios y no creo que el ser humano haya pensado nunca en nada mejor.
Pero hay también valores escondidos. Como valor es todo aquello que se valora, y hoy apreciamos muchas actitudes absurdas, puede ser bonito desentelarañar esos valores pequeños que miran hacia la trascendencia y dan sentido a la vida.
Sobre algunos de ellos quiero reflexionar en este blog porque son ellos los que estarán iluminados desde mi interior el día que me quiera. Y tengo que amar al prójimo como a mí mismo.

sábado, 19 de octubre de 2013

BOLERO, Seguiriya / Tres / Après Toi. En los Teatros del Canal



He tenido la oportunidad de asistir al estreno de Bolero/ Seguiriya/Tres/ Aprés Toi del Ballet Víctor Ullate en los Teatros del Canal y encontrar en la butaca de al lado al profesor José Antonio Marina.
Marina disfrutó intensamente con las obras. Le fascinaron el ritmo y la coordinación de Seguiriya, una obra coral donde está el mejor Ullate; la espectacularidad de Tres y Bolero pero sobre todo Aprés Toi.

Aprés Toi es un solo para bailarín con la música del Alegretto de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Ullate lo creó días después de la muerte de su maestro Maurice Béjart y en los Teatros del Canal lo interpreta el genial bailarín Dorian Acosta. Pues bien,  Marina me dijo que Víctor Ullate había conseguido algo imposible: coreografiar el primer monólogo de Segismundo en La vida es sueño de Calderón.

Os animo a vivir una experiencia extraordinaria: sumergirse en el ritmo obsesivo de la Seguiriya y en la sensualidad del Bolero, sufrir un poco con el triángulo amoroso de Tres y asombrarse con el retrato que ha hecho Ullate de la soledad esencial de los seres humanos, de su deseo de libertad. Es maravilloso reconocer en esta obra maestra de Víctor Ullate la vibración de los grandes temas calderonianos.

Está solamente hasta en 3 de noviembre en los Teatros del Canal de Madrid. Seguramente girará por toda España. Ya ha triunfado en Barcelona y en Palma de Mallorca.

Para facilitar la experiencia reproduzco el monólogo de Segismundo:

¡Ay mísero de mí...!
[Soliloquio: Fragmento de La vida es sueño]
Pedro Calderón de la Barca
¡Ay mísero de mí,  ay, infelice!  Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y cruel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

martes, 15 de octubre de 2013

Dentro de ti


 
 
Dentro de ti hay un niño curioso que todavía se asombra ante la belleza del amanecer. Hay una niña que escribe cartas confiadas a los Reyes Magos.

Dentro de ti hay una muchacha que se sonroja cuando escucha un halago; un joven que hace planes. Hay un adolescente tímido para las decisiones pequeñas y valiente para las grandes.

Dentro de ti hay un hombre joven que busca su camino, una mujer joven que se entrega a su tarea sin reticencias porque sabe que otros la necesitan.

Dentro de ti hay una madre abnegada a la que, sin justificación aparente, le gusta más el cuello flaco del pollo que la carne jugosa, esa que siempre va a parar a los platos de sus hijos. Dentro de ti hay un padre que parece severo pero se derrite ante la ternura de un niño.

Dentro de ti hay una abuela sabia que tiene argumentos bien armados para muchos asuntos complejos. Hay un abuelo al que todavía los ojos le hacen chiribitas con las ilusiones nuevas.

Dentro de ti hay miles de niños que nacerán en el futuro, miles de futuros que surgirán de las decisiones que tú, una persona cualquiera, has ido tomando.

Dentro de ti hay obras de arte inmensas. Incluso las ruinas guardan vestigios de la gran herencia de quienes ya estuvieron.

Dentro de ti hay un telescopio capaz de mirar al Infinito y de llamarlo con la palabra Padre. Dentro de ti hay un microscopio capaz de descifrar la belleza pequeña de cada día. Dentro de ti hay unos prismáticos que te acercan a los demás. O te alejan, claro, según como los uses. Si los quieres manejar al revés va a ser cosa tuya aunque es una pena.

Dentro de ti hay una mariposa frágil, a la que el desamor y el rechazo dañan profundamente pero sigue volando.

Dentro de ti hay un gigante capaz de caminar kilómetros y de subir montañas, capaz de ver más allá de lo inmediato, de abarcar el horizonte.

Dentro de ti hay un castillo fortificado que encierra un gran tesoro, y allí están también los guardianes de ese tesoro. Son dos dragones feroces y se llaman Miedo y Vergüenza.

Dentro de ti está el caballero andante capaz de luchar contra el miedo y la vergüenza y de abrir el cofre donde el tesoro se oculta.

Dentro de ti hay un cofre que guarda tu intuición, tu conciencia. Que guarda tu Yo, es decir a ti mismo.

Dentro de ti hay una voz que escuchar.

Dentro de ti hay un viaje que hacer. Cuando lo emprendas encontrarás por el camino paisajes claros y oscuros pero aumentará tu fe, aumentará tu esperanza. Te verás igual que todos, vulnerable, pequeño e indefenso. Aumentará tu amor.

Dentro de ti están las manos de Dios. No lo pienses más. Déjate caer.

lunes, 10 de junio de 2013

Gracias, abuela



Uno de mis mejores recuerdos de infancia son mis abuelas. Eran maravillosas. Mi abuela Pura era una mujer llena de exquisitez y ternura; mi abuela Carmen, una de esas mujeres luminosas que ponen en práctica la alegría de vivir.

De ambas recuerdo bellos consejos relacionados con la gratitud. La abuela Pura me decía siempre: “de bien nacido es ser agradecido”. A ella le parecía que dar las gracias era un principio básico del comportamiento y que a lo largo del día había mil ocasiones para ponerlo en práctica. Lo único que necesitamos, me decía, es ser conscientes de cuántas pequeñas cosas buenas nos pasan, de cuántas personas nos facilitan la vida con favores útiles. Y podrían no hacerlo, porque no existe eso de por tu cara bonita, así que hay que darles las gracias.

Tenía razón. Cada uno de nuestros días está lleno de pequeñas atenciones que nos dedican otras personas, y lo hacen porque están atentos a nosotros, nos distinguen de los demás. El agradecimiento nos ayuda a ubicarnos como seres finitos que precisan de apoyo. Pero además muestra una faceta muy bella de la humildad: quien recibe un favor es generoso porque permite dar a quien quiere dar. Aunque solo fuera por eso deberíamos dar las gracias.

De mi abuela Carmen - cuya infancia de huérfana merecería un libro de Dickens - recuerdo la capacidad de sorprenderse, de reír, de tener curiosidad. Para ella la gratitud era una cuestión de ganas.  Agradecer es mirar bien, a lo que tienes y no a lo que te falta, me decía. Acostumbrada a ganarse el cariño que no se le había dado gratis de niña, sabía que muchas de las cosas buenas que nos pasan no son merecidas ni las ganamos por oposición, y que la tarea de nuestra voluntad consiste en valorarlas.

Este tipo de agradecimiento espiritual precisa de humildad también porque es la actitud opuesta al egocentrismo. Si fuésemos conscientes de estos favores de la vida para con nosotros, nos quejaríamos menos, aprenderíamos más, daríamos importancia a lo esencial y no a lo accesorio.

Lo que hemos vivido hoy y lo que hubo ayer, los que estuvieron, los que están y los que estarán, la buena salud o la mala - mientras haya camino que andar- el amor que nos hace felices, el desamor que nos hace comprensivos, el reto que nos hace fuertes y el traspiés que nos descubre débiles... Esta amalgama de relaciones y vivencias nos permite emplear la palabra yo de una manera propia y diferente a la de cualquier otra persona. Somos únicos. A poco que nos paremos a pensar, tenemos que estar profundamente agradecidos por ello. Y luego cada uno que busque en su interior –no solamente con la razón, sino con el espíritu y el alma- a qué o a quién va a destinar el agradecimiento.

Yo lo destino a vosotras, abuelas.

lunes, 11 de febrero de 2013

Fábula de los caimanes y los mosquitos

 

 
 
En un bello paraje del inmenso bosque, conocido como el Pantano, todos los animales pequeños –mosquitos, renacuajos, sapos, insectos y aves- están dominados por una especie terrorífica: el gran caimán. Los caimanes son una estirpe interminable de poderosos y magnates que han gobernado el pantano desde el origen de los tiempos. Son los dueños del agua y los recursos, de la tierra y las plantas que crecen sobre ella, dictan las leyes draconianas que deben obedecer todos los animales pequeños y mientras tanto ellos las contravienen a su antojo. Solamente hay algo que no poseen en exclusiva ni racionan a su favor, a pesar de que es el mayor tesoro del pantano. Se trata de la luz del sol.
 
En sorprendente paradoja, los animales pequeños disfrutan más que el caimán de la luz del sol. A diferencia del poderoso reptil, ellos no tienen el cuerpo cubierto de gruesas escamas, por eso el calor llega más profundamente hasta su pobre piel y sus diminutos huesos, hasta sus élitros o sus plumas de colores. Y de esta manera es como si el Sol mismo dijera: yo estoy con vosotros. Con mi luz y mi calor os llega la libertad.
 
El caimán ha aprendido a defenderse de la luz del sol. Para ello ha procurado otorgar mayor importancia a lo que él gestiona, compra, vende y administra, y lleva ya un montón de años diciendo a todos que las rocas húmedas o los helechos sin fruto son imprescindibles para la calidad de vida, mucho más importantes que la luz y el calor del sol. Muchos se lo han creído.
 
Sin embargo, algunos animalillos están empezando a darse cuenta de que el reinado de los caimanes está edificado sobre miedos irracionales, sobre halagos a la vanidad y a los instintos primarios. Comprenden que los caimanes necesitan un pantano adormecido, alienado, ebrio, sin valores, sin proyectos, sin futuro, porque solo así son capaces de mantener su poder incuestionado.
 
La cálida y ardiente luz del sol, que despierta al espíritu, es una energía mayor que todas las demás. Ya hay algún pequeño mosquito que, a cuenta de ella, ha sido capaz de acercarse hasta el mismo hocico del gran caimán y se ha atrevido a decirle: un insectillo como yo, junto con unos cuantos sapos, renacuajos y aves, y con la luz del sol como horizonte, podríamos cambiar el mundo, señor caimán.
A partir de ahora, todo puede suceder.

lunes, 14 de enero de 2013

EL ESPEJO







En un pequeño libro extraordinario que se llama Lettres à un jeune danseur, el famoso coreógrafo Maurice Béjart describe así la relación de un bailarín con el espejo frente al que trabaja tantas horas cada día: “Cuando entras en el estudio de danza, el espejo viene hacia ti, se pone a tu lado, te aspira, te rodea, te devora. Tú eres feliz ante el espejo, crees que te estás viendo en él. Pero el espejo te miente. La imagen que devuelve de ti es la más engañosa, la más falaz, la más subjetiva. En el espejo solo ves lo que quieres ver. Ese que ves en el espejo, no eres tú, nunca eres tú, sino lo que tú quieres ser.”

Probablemente eso mismo nos ocurre a los ciudadanos de a pie ante el espejo de nuestro propio cuarto de baño cada mañana. Y por supuesto, nos ocurre al ver nuestro reflejo en un escaparate al pasar, o en un charco de lluvia. Frente a cualquier espejo sonreímos, para levantar a la vez el ánimo y las facciones.

Estos chiquillos se están mirando también en un espejo. En su caso, de agua sucia en un campo de refugiados del Congo. Ahí los tenemos, crecidos en el reflejo, con sus brazos en jarras, bien derechos, dispuestos para afrontar el día, con el cielo azul brillando sobre sus cabezas como un mensajero del mejor futuro. Ellos también ven en el espejo a quienes quieren ver, por eso parecen vestidos, alimentados, protegidos. Por eso no aparecen en el reflejo esos piececillos sucios, calzados con una sola chancleta, los pies de un niño que tiene hambre y miedo.

Los seres humanos nos fascinamos ante los espejos y tal vez por eso no terminamos de ser quienes debiéramos ser. Seguimos viviendo como si amaneciera cada mañana una sucesión infinita de días; como si no hubiera entre todos nosotros una conexión universal; como si este campo de refugiados no fuera, sencillamente, el lugar donde cada uno de nosotros pudo haber nacido; y sin comprender por qué no fue así. Seguimos sin entender cuánto esfuerzo debemos aportar todos juntos para que suceda eso de “Venga a nosotros Tu Reino”.