Un blog para pensar sobre los valores en la vida cotidiana.

Amarás al prójimo como a ti mismo. (Mt,12,31)

Para que marche bien el engranaje de nuestra compleja maquinaria, hace falta una caja de herramientas en la que se encuentran los valores. Entre ellos hay grandes conceptos, esenciales en la condición humana: la libertad, la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia. Ahí están vigentes desde hace milenios y no creo que el ser humano haya pensado nunca en nada mejor.
Pero hay también valores escondidos. Como valor es todo aquello que se valora, y hoy apreciamos muchas actitudes absurdas, puede ser bonito desentelarañar esos valores pequeños que miran hacia la trascendencia y dan sentido a la vida.
Sobre algunos de ellos quiero reflexionar en este blog porque son ellos los que estarán iluminados desde mi interior el día que me quiera. Y tengo que amar al prójimo como a mí mismo.

lunes, 10 de junio de 2013

Gracias, abuela



Uno de mis mejores recuerdos de infancia son mis abuelas. Eran maravillosas. Mi abuela Pura era una mujer llena de exquisitez y ternura; mi abuela Carmen, una de esas mujeres luminosas que ponen en práctica la alegría de vivir.

De ambas recuerdo bellos consejos relacionados con la gratitud. La abuela Pura me decía siempre: “de bien nacido es ser agradecido”. A ella le parecía que dar las gracias era un principio básico del comportamiento y que a lo largo del día había mil ocasiones para ponerlo en práctica. Lo único que necesitamos, me decía, es ser conscientes de cuántas pequeñas cosas buenas nos pasan, de cuántas personas nos facilitan la vida con favores útiles. Y podrían no hacerlo, porque no existe eso de por tu cara bonita, así que hay que darles las gracias.

Tenía razón. Cada uno de nuestros días está lleno de pequeñas atenciones que nos dedican otras personas, y lo hacen porque están atentos a nosotros, nos distinguen de los demás. El agradecimiento nos ayuda a ubicarnos como seres finitos que precisan de apoyo. Pero además muestra una faceta muy bella de la humildad: quien recibe un favor es generoso porque permite dar a quien quiere dar. Aunque solo fuera por eso deberíamos dar las gracias.

De mi abuela Carmen - cuya infancia de huérfana merecería un libro de Dickens - recuerdo la capacidad de sorprenderse, de reír, de tener curiosidad. Para ella la gratitud era una cuestión de ganas.  Agradecer es mirar bien, a lo que tienes y no a lo que te falta, me decía. Acostumbrada a ganarse el cariño que no se le había dado gratis de niña, sabía que muchas de las cosas buenas que nos pasan no son merecidas ni las ganamos por oposición, y que la tarea de nuestra voluntad consiste en valorarlas.

Este tipo de agradecimiento espiritual precisa de humildad también porque es la actitud opuesta al egocentrismo. Si fuésemos conscientes de estos favores de la vida para con nosotros, nos quejaríamos menos, aprenderíamos más, daríamos importancia a lo esencial y no a lo accesorio.

Lo que hemos vivido hoy y lo que hubo ayer, los que estuvieron, los que están y los que estarán, la buena salud o la mala - mientras haya camino que andar- el amor que nos hace felices, el desamor que nos hace comprensivos, el reto que nos hace fuertes y el traspiés que nos descubre débiles... Esta amalgama de relaciones y vivencias nos permite emplear la palabra yo de una manera propia y diferente a la de cualquier otra persona. Somos únicos. A poco que nos paremos a pensar, tenemos que estar profundamente agradecidos por ello. Y luego cada uno que busque en su interior –no solamente con la razón, sino con el espíritu y el alma- a qué o a quién va a destinar el agradecimiento.

Yo lo destino a vosotras, abuelas.

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