Un blog para pensar sobre los valores en la vida cotidiana.

Amarás al prójimo como a ti mismo. (Mt,12,31)

Para que marche bien el engranaje de nuestra compleja maquinaria, hace falta una caja de herramientas en la que se encuentran los valores. Entre ellos hay grandes conceptos, esenciales en la condición humana: la libertad, la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia. Ahí están vigentes desde hace milenios y no creo que el ser humano haya pensado nunca en nada mejor.
Pero hay también valores escondidos. Como valor es todo aquello que se valora, y hoy apreciamos muchas actitudes absurdas, puede ser bonito desentelarañar esos valores pequeños que miran hacia la trascendencia y dan sentido a la vida.
Sobre algunos de ellos quiero reflexionar en este blog porque son ellos los que estarán iluminados desde mi interior el día que me quiera. Y tengo que amar al prójimo como a mí mismo.

martes, 1 de mayo de 2012

El silencio ante la naturaleza





Ante este milagro de la primavera que nos circunda, pienso en un valor profundamente cristiano que merecería la pena rescatar para todos. Podría definirse como el silencio ante la naturaleza. Vamos tan aturdidos que estamos perdiendo poco a poco esta reverencia  de contemplar algo sin hablar de ello ni gritarlo, sin fotografiarlo ni retransmitirlo en directo a través de las redes sociales. Esa capacidad de estar un buen rato sobrecogido y solo, a la vez boquiabierto y a corazón abierto, ante la naturaleza.



El silencio ante la naturaleza es un valor que nos permite olvidar el dónde y el cuándo, el por qué y el para qué - nuestros tiranos - y dedicarnos aunque sea durante un momento a lo que es. Quien concentra toda la fuerza de su espíritu en una visión intuitiva - sin cuestiones ni razones - y llega a absorberse en ella, a vaciar su mente de ruido y escuchar solamente el silencio vivo, intenso, de la naturaleza, puede volar desde el lugar concreto en el que se encuentre hasta la idea eterna del universo, del que nosotros somos una parte vanidosa, consciente, poderosa, pero pequeña.



Si nos damos cuenta, un bosque es un ser vivo y complejo, único en sí mismo pero compuesto por una miríada de organismos que nacen y mueren. Todos los árboles del bosque respiran juntos como un solo árbol, juntos se mecen al viento y dan una sombra densa, pero cada uno de ellos y el suelo del que brotan esconde mil tesoros de vida individual. Así es también, a escala gigantesca, el mar. Y a escala diminuta, así es nuestro cuerpo. Por eso la contemplación de la naturaleza se vuelve respeto ante la Creación, en la intuición de que nosotros también formamos parte de las criaturas, y de que todos los seres vivos, de alguna manera, son nuestros hermanos también, como decía San Francisco.



Quienes aman profundamente la naturaleza conocen el silencio y dejan hablar a su vida interior.




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