Los seres humanos necesitamos
situarnos constantemente en el espacio y el tiempo, pero estos parámetros
tienen una flexibilidad casi mágica. Cuando un sitio cualquiera ha presenciado
el encuentro con personas que nos han dejado huella, nunca vuelve a ser el
mismo. En nuestra memoria, se ha convertido ya para siempre en un lugar
especial. Y precisamente por eso, se adueña también del tiempo y lo transforma
en significativo, en parte de nuestra biografía.
Me parece que muchos de los tiempos y
los espacios más inolvidables de nuestra vida están en la infancia. La mía estuvo llena de imaginación a cuenta
de los fabulosos relatos que me contaban mis abuelos y de un tesoro que
guardaban mis tías abuelas: una colección de tebeos que nos guardaban año tras
año, siempre los mismos y siempre nuevos.
Muchas veces he echado de menos la
relación que se tenía hace años con esa familia más extensa, portadora de las
historias de nuestros antepasados. Convivir con todos aquellos ancianos nos permitía establecer un buen vínculo entre
generaciones antes de comenzar a escribir las primeras líneas de nuestra propia
historia.
Desde esa ventanita del Cielo por la
que seguramente se asoman Todos los
Santos, aún hoy nos ellos nos protegen y nos cuidan. No dejemos de honrar
su memoria.
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