Un blog para pensar sobre los valores en la vida cotidiana.

Amarás al prójimo como a ti mismo. (Mt,12,31)

Para que marche bien el engranaje de nuestra compleja maquinaria, hace falta una caja de herramientas en la que se encuentran los valores. Entre ellos hay grandes conceptos, esenciales en la condición humana: la libertad, la justicia, la fortaleza, la templanza, la prudencia. Ahí están vigentes desde hace milenios y no creo que el ser humano haya pensado nunca en nada mejor.
Pero hay también valores escondidos. Como valor es todo aquello que se valora, y hoy apreciamos muchas actitudes absurdas, puede ser bonito desentelarañar esos valores pequeños que miran hacia la trascendencia y dan sentido a la vida.
Sobre algunos de ellos quiero reflexionar en este blog porque son ellos los que estarán iluminados desde mi interior el día que me quiera. Y tengo que amar al prójimo como a mí mismo.

viernes, 21 de diciembre de 2012

NAVIDAD, FAMILIA, UN NIÑO


 
 
 
Es Navidad y sin embargo nos agobia la idea de que este año compraremos menos. Es Navidad y parece que solo hay crisis.
 
Es Navidad y la solidaridad crece, la familia recobra su sentido, la vida nos premia con otra posibilidad de celebrarla.
 
Es Navidad y solo manteniendo su carácter de tiempo espiritual y familiar podemos otorgarle un significado verdadero.
 
Es Navidad y por eso los padres de hijos pequeños que tengan la fortuna de asociarla con un sentido religioso de la vida, deberán potenciarlo en estos días porque la magia del Belén, de los villancicos y de la Misa del Gallo es una reserva de espiritualidad de la que se bebe, como peces en el río, durante el resto de la vida. Y quienes no tengan un sentimiento religioso, al menos que sepan valorar su carácter de fiesta de la familia y enseñen a los hijos a agradecer el privilegio de vivirla con los abuelos, por eso de y nosotros nos iremos y no volveremos más, que dice también el villancico.
 
Es Navidad y eso significa que nace un Niño. Y porque nace cambia el mundo. Cada Nochebuena en el Portal nos invita a cambiarlo. No se cansa de nacer año tras año. No se cansa de invitarnos.
 
Muy felices días santos de la Navidad. Mis mejores deseos ahora y siempre.
 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

TODA VESTIDA DE BLANCO


 
 
Dime niña, ¿de quién eres toda limpia?

Soy de la tierra fría. Soy de un país que está lejos de todos los demás países y se llama Kirguizistán. Soy de un pueblo perdido en medio de ese país remoto. Un pueblecito sin escuela, ni luz eléctrica, ni hospital. Soy de una casa de cemento gris, sin baño, con una sola cama y una sola ventana.

Dime niña, ¿de quién eres, toda desnuda?

Soy de mis padres. Soy de mis cuatro años y de mis ganas de jugar. Soy del agua caliente que me limpia. Aquí vengo, a esta casa de baños, cada vez que mi familia reúne el dólar que cuestan una tina y un barreño. Soy del arroz que como a diario. Quiero decir el arroz con arroz que como a diario. Soy de mi barriguita hinchada. Soy de mi asombro al mirar las estrellas.

Dime niña, ¿de quién eres, tan coqueta?

Soy de mi pelo negro y de mis ojos mongoles. Soy de mi piel del color del sol. Soy de mi futuro, sin libros y sin letras. Soy de lo que seré, tal vez una novia raptada, como mi madre; o una pastora nómada como mi abuela. Soy de la vida que me ha tocado, en el lugar que me ha tocado. Soy de mis sueños de niña kirguís en mi pueblo sin escuelas. Soy de mi peine de plata fina. Soy del espejito mágico que me dice linda.

Dime niña, ¿de quién eres, tan tranquila?

Soy de las cosas que veo, de los hermanos que tuve, de las lágrimas de mi padre cuando el frío le hiere las manos o la bebida le embriaga, de la tristeza de mi madre cuando yo estoy triste, de la alegría de mi madre cuando yo estoy limpita.

Dime niña, ¿de quién eres, toda vestida de blanco?

Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo.

 

 

 

domingo, 14 de octubre de 2012

EL ROSTRO HUMANO


 

 

Entre todas las especies que pueblan la Tierra, solamente la humana mantiene una posición erguida y muestra el rostro de frente. Los científicos afirman que esta particularidad se debe a la necesidad de comunicación del hombre, a la palabra. El rostro humano está animado, es el espejo de un alma, y por eso distingue a su dueño, un frágil mamífero bípedo, como imagen del Creador.

Entre todas las maravillas de la naturaleza creo que no hay ninguna más bella que el rostro humano. El de los niños, cuya mirada limpia hace renacer cada día la esperanza; el de los jóvenes enamorados, sinónimo de la belleza; el de las mujeres recién paridas, que acaban de asistir al misterio de la simultánea condición animal y divina de nuestra especie; el de los ancianos, que ya lo han visto y lo comprenden todo. El de cualquier persona por cuyo rostro atraviese una emoción, un recuerdo, una decisión, una alegría, una pena.

Frente al individualismo que asola la sociedad absurda que hemos construido, cada rostro humano frente a nuestro propio rostro nos recuerda que debemos recobrar el personalismo. Martin Buber lo explica muy bien: No existe otra manera de construir una comunidad en la que se equilibren justicia y libertad más que basándola en la relación de encuentro entre personas. Es el diálogo cara a cara, que justifica la posición erguida del hombre frente a las otras especies. La tolerancia y el respeto deben fundamentar este encuentro entre personas. Son valores que deben formar parte de nuestra actitud ante la vida y de la educación de los hijos. Para los antiguos latinos, vivir era inter homines ese - estar entre los hombres - y morir era inter homines ese desinere, dejar de estarlo. En eso mismo seguimos.

               

 

 

 

 

 

jueves, 12 de julio de 2012

ARRIBA




Es curioso que el lenguaje de todos los pueblos de la Tierra sitúe arriba lo bueno y abajo lo malo de la vida. Que hablemos de subir el ánimo, remontar el vuelo, elevar el espíritu, superar la enfermedad. Esperamos la buena noticia de que la economía crece, las grandes oportunidades son “la guinda del pastel”, decimos que los triunfadores están en la cumbre y elaboramos el “top” de las canciones del verano.
Es curioso que todos sintamos un placer especial en respirar el aire de los lugares altos, en subir a los montes o disfrutar de las vistas desde las azoteas y los áticos. Es curioso que de niños soñemos con casitas en los árboles, de jóvenes con coger el ascensor del Empire State y de mayores con ver a los hijos en más alta posición que nosotros. Y por supuesto, es curioso que quienes padecen vértigo sean tan conscientes de que se pierden cosas buenas.
Los pueblos que tienen cerca un monte colocan en su cima una cruz, una ermita, o un tótem si se tercia. En todos los caminos que el ser humano ha recorrido para acercarse al misterio de Dios, la muerte y el infierno están bajo el suelo, y la morada de Dios en las cumbres, desde el Olimpo al Macchu Picchu, con una parada importantísima en el Monte Sinaí y en esa oración esencial que comienza saludando al Padre nuestro que está en los cielos.
Creo que los seres humanos expresamos con estas manifestaciones una intuición profunda: sobre nosotros se extiende un Protector cuya mirada abarca de un vistazo todo lo pequeño de nuestras vidas, como abarca un montañero todo el valle cuando llega a la cima. Seguramente por eso todos deseamos subir.
El verano es buen momento para ir hacia arriba. Al fin y al cabo, “Venga a nosotros Tu Reino” significa “haz que tu casa y tu ciudad sean como el cielo”.

jueves, 21 de junio de 2012

El Camino de Santiago




Una de las cosas más bellas que he hecho en la vida ha sido el Camino de Santiago. No lo hice entero pero sí un tramo suficiente como para sellar la Compostela. Me acompañaban mi familia y unos amigos del alma, con sus hijos también ¡Qué alegría llegar, ver las torres de la catedral, comprender por qué se llama así el Monte do Gozo! Pero sobre todo, qué belleza, qué lección, el camino en sí mismo.

Cada vida humana es como el Camino de Santiago. El peregrino tiene que ir hacia adelante, paso a paso cada día, con euforia en los pulmones a veces, y otras con ampollas en los pies. Lleva compañeros fijos durante mucho tiempo, y ve cómo el camino también les modifica a ellos. Comparte tramos con gente desconocida que, durante unas jornadas se convierten en compañeros y luego se alejan. Duerme en albergues calentitos o al raso, no sabe lo que te espera en la siguiente jornada, conforme va avanzando, le van importando menos las alharacas y más el andar en sí mismo. A veces tiene el privilegio de ver cómo los compañeros de camino más jóvenes, con mejor fuelle, le adelantan y se pierden de vista, en bella metáfora de la realidad de la paternidad. Y siempre, siempre, lleva a cuestas una mochila en la que guarda lo esencial y se arrepiente de haber cargado con lo accesorio.

En la cima del Monte do Gozo, el peregrino comprende que ha llegado al final, que el camino era una meta en sí mismo, y el sentido del camino era esa meta.

martes, 12 de junio de 2012

Viva la música


Lola está enferma de Alzheimer. Dentro de su cerebro permanecen encerrados los recuerdos de toda una vida, pero ella ha perdido las llaves y ya no puede abrirles la puerta y traerlos al presente, como hacemos los demás. A lo mejor por eso pasa tanto tiempo buceando dentro de sí misma. Tiene que ser muy difícil encontrar llaves en la oscuridad.

Sin embargo, no ha perdido todas las llaves. Conserva algunas desde las que accede a vivencias muy especiales. Por ejemplo, yo puedo establecer con ella este curioso diálogo: 

Yo: Cuando salí de mi tierra…

Lola: …volví la cara llorando…

Yo: …porque lo que más quería…

Lola: …atrás me lo iba dejando.

Este diálogo tiene música. Habrá quien lo haya reconocido. ¡Es el estribillo de la canción “El emigrante”, de Juanito Valderrama! Lola, que ya no reconoce a sus nietos, reconoce aún las canciones que le tocaron el corazón. Cuando ha perdido ya tantas cosas, conserva viva la música.

Y es que la música es un misterio maravilloso, un capítulo aparte entre las artes. Ejerce un influjo tan poderoso sobre el alma, maneja nuestras emociones de tal manera que podría compararse, como dice el filósofo Schopenhauer, con una lengua universal, más elocuente, más clara y más profunda que todas las demás lenguas de la Tierra. Porque una melodía dice lo que ella quiere al corazón de los hombres. Y todos sin excepción comprenden la tristeza de un fado, la melancolía de un vals de Chopin, la solemnidad de una marcha, la alegría de una rumba o la felicidad pura de la Danza Húngara que seguramente está tocando este buen hombre sobre un puente de Paris.

Para mí, el momento genial del día es pasear con Lola cantando “El emigrante”. Parecemos dos locas pero en ese momento somos felicísimas.

Lola es mi madre.

                                                                                   He publicado este artículo en la revista 21RS

jueves, 7 de junio de 2012

CARTAS PARA ENCENDER LINTERNAS









Este es el segundo libro que he publicado este año. Se llama Cartas para encender linternas y puede considerarse la segunda parte de La flor de la esperanza. 

Durante un año, el franciscano Paco Castro y yo hemos establecido una correspondencia sobre sobre el valor de las cosas pequeñas, esa porción de actitudes cotidianas que pasan desapercibidas entre los grandes conceptos y los titulares de prensa pero constituyen el patrimonio más profundamente humano.
Para mí ha sido una buena posibilidad para reflexionar. 
Quienes siguen el blog El día que me quiera a mí mismo ya han tenido algún anticipo de estas reflexiones.
Lo firmaré en la feria del libro de Madrid el domingo 10 de junio por la mañana en la caseta 127.

viernes, 18 de mayo de 2012

Una ventanita del cielo




Los seres humanos necesitamos situarnos constantemente en el espacio y el tiempo, pero estos parámetros tienen una flexibilidad casi mágica. Cuando un sitio cualquiera ha presenciado el encuentro con personas que nos han dejado huella, nunca vuelve a ser el mismo. En nuestra memoria, se ha convertido ya para siempre en un lugar especial. Y precisamente por eso, se adueña también del tiempo y lo transforma en significativo, en parte de nuestra biografía.



Me parece que muchos de los tiempos y los espacios más inolvidables de nuestra vida están en la infancia.  La mía estuvo llena de imaginación a cuenta de los fabulosos relatos que me contaban mis abuelos y de un tesoro que guardaban mis tías abuelas: una colección de tebeos que nos guardaban año tras año, siempre los mismos y siempre nuevos.



Muchas veces he echado de menos la relación que se tenía hace años con esa familia más extensa, portadora de las historias de nuestros antepasados. Convivir con todos aquellos ancianos  nos permitía establecer un buen vínculo entre generaciones antes de comenzar a escribir las primeras líneas de nuestra propia historia.



Desde esa ventanita del Cielo por la que seguramente se asoman Todos los Santos, aún hoy nos ellos nos protegen y nos cuidan. No dejemos de honrar su memoria.




martes, 1 de mayo de 2012

El silencio ante la naturaleza





Ante este milagro de la primavera que nos circunda, pienso en un valor profundamente cristiano que merecería la pena rescatar para todos. Podría definirse como el silencio ante la naturaleza. Vamos tan aturdidos que estamos perdiendo poco a poco esta reverencia  de contemplar algo sin hablar de ello ni gritarlo, sin fotografiarlo ni retransmitirlo en directo a través de las redes sociales. Esa capacidad de estar un buen rato sobrecogido y solo, a la vez boquiabierto y a corazón abierto, ante la naturaleza.



El silencio ante la naturaleza es un valor que nos permite olvidar el dónde y el cuándo, el por qué y el para qué - nuestros tiranos - y dedicarnos aunque sea durante un momento a lo que es. Quien concentra toda la fuerza de su espíritu en una visión intuitiva - sin cuestiones ni razones - y llega a absorberse en ella, a vaciar su mente de ruido y escuchar solamente el silencio vivo, intenso, de la naturaleza, puede volar desde el lugar concreto en el que se encuentre hasta la idea eterna del universo, del que nosotros somos una parte vanidosa, consciente, poderosa, pero pequeña.



Si nos damos cuenta, un bosque es un ser vivo y complejo, único en sí mismo pero compuesto por una miríada de organismos que nacen y mueren. Todos los árboles del bosque respiran juntos como un solo árbol, juntos se mecen al viento y dan una sombra densa, pero cada uno de ellos y el suelo del que brotan esconde mil tesoros de vida individual. Así es también, a escala gigantesca, el mar. Y a escala diminuta, así es nuestro cuerpo. Por eso la contemplación de la naturaleza se vuelve respeto ante la Creación, en la intuición de que nosotros también formamos parte de las criaturas, y de que todos los seres vivos, de alguna manera, son nuestros hermanos también, como decía San Francisco.



Quienes aman profundamente la naturaleza conocen el silencio y dejan hablar a su vida interior.




viernes, 2 de marzo de 2012

¿Eres feliz?


¿Eres feliz?



Hace unos días le hice esta pregunta a un poeta. Él me contestó: “Todos los seres humanos son felices”. Yo me sorprendí: ¿Todos? Entonces me habló de esta manera:



Nuestra vida es un estanque que estamos agitando constantemente. Removemos con el pensamiento vivencias del pasado, anticipamos preocupaciones del futuro, nos atormentamos con imaginaciones que tomamos por hechos, nos enredamos en lo accesorio, en lo ajeno, en lo superficial, nos azotamos con la culpa y no sabemos salir del círculo de los deseos y su consecución inmediata, así que las aguas de nuestro estanque están siempre azotadas por vientos y olas.  

Pero el estanque, en realidad, es tranquilo y bello. Cuando conseguimos aquietar sus aguas, serenar las turbulencias, calmar el constante desear más y más de todo, y valorar lo que de verdad importa, el agua clara y profunda del estanque nos hace felices inmediatamente.



Pienso que mi amigo el poeta dice una verdad profunda: hemos nacido para la felicidad. Esa verdad es la tendencia natural del ser humano y tenemos que ir contra ella y vencerla antes de poder enredarnos en lo falso.



De hecho, todos hemos probado ya la felicidad. Todos conservamos el recuerdo de algún momento esencial, sobrio y tranquilo en el que, fuesen como fuesen las circunstancias, nos rodeó la certeza de estar vivos, de tener sentido, de abrazar el presente y no tenerle miedo al pasado ni al futuro. Si nos preguntamos qué tenía aquel momento concreto frente a los demás, posiblemente nos demos cuenta de que la clave éramos nosotros mismos: no estábamos distraídos ni dispersos sino allí en cuerpo y alma, sin imaginar, sin temer, sin soñar, disfrutando de la certeza de vivir el presente de una existencia única, incomparablemente nuestra.



La felicidad está a nuestro lado, esperando que calmemos los mil huracanes tontos de nuestro pensamiento. Y muchas veces se cansa de que la miremos sin verla mientras nos dedicamos a:



Constatar que el tiempo

se ha deslizado

lento pero inexorable.

Todo ha cambiado

y todo sigue igual.

Metamorfosis de las ilusiones.

Estelas en el agua.



Los poetas saben explicar lo que nos pasa cuando nos llenamos de desesperanza. Pero el secreto está en comprender que el tiempo no es pasado ni futuro mientras la felicidad anide aquí a nuestro lado, en un recodo humilde del presente. Y en que hay un estanque sereno en nuestro interior, esperando a que dejemos de ser ilusos dibujantes de estelas en el agua.




sábado, 25 de febrero de 2012

El valor de las cosas pequeñas



Vivimos rodeados de las pequeñas cosas cotidianas, de las herramientas corrientes, esos objetos que todos usamos a diario y en los que no nos fijamos porque cumplen tan perfectamente la función para la que fueron diseñados que se han hecho invisibles. Sin embargo ellas son las mejores manifestaciones de la dignidad y la capacidad de la especie humana, e incluso sirven como motor de confianza en la pervivencia de la humanidad. Y esto es así porque están hechas por la gente corriente, por artesanos anónimos y no por los grandes inventores cuyos hallazgos les han permitido pasar a la Historia.

 ¿Cómo eran los hombres que fabricaron por primera vez una cuchara, un lapicero, un pincel, un picaporte, una llave, un dado, un biberón o unas tijeras? ¿Y los que encuadernaron por primera vez un libro, que se coge con la mano y contiene el mundo entero? ¿Y quienes inventaron las cerillas o los globos de colores? ¡Son inmejorables!  He leído que hay pocos prodigios de la invención humana similares a una escalera, porque es una forma que no existe en la naturaleza sino que brota de la esencia creativa del hombre.

 La vida está llena de estos pequeños utensilios que empleamos a diario sin darles valor alguno, como si fueran naturales. Pero son muestras de la capacidad del ser humano para resolver problemas complejos, manifestaciones de la inteligencia verdadera, que no es la acumulación de conocimientos - hoy los tiene un ordenador - sino la intuición.

 Cuando parece que nos vamos a sumergir en una crisis irrecuperable y solamente se nos ocurren presagios oscuros con respecto a nuestro futuro, a lo mejor merece la pena volver a agradecer a quienes nos precedieron su capacidad de hacer cosas pequeñas.

 Me gustaría valorarlas más, acariciarlas, mirarlas, agradecer su disponibilidad para mejorar mi vida y la de todos. Y a lo mejor ser capaz de llegar, desde ellas, a una visión más auténtica de las relaciones humanas, de la distribución del tiempo.

 Estoy hablando de vivir más despacio, pararse para admirar el brillo del filo de unas tijeras, para acariciar una mesa de madera pulida, para saborear un tomate. Y de paso, por qué no, pararse para pensar, para mirar a los ojos de la pareja, para educar a un niño…

 Hace años, uno de mis hijos, aún pequeño, me dijo: mamá, ¿por qué tú nunca paseas? Yo me quedé asombrada: ¡Pero si voy andando a todas partes, hijo!

- me contestó muy reflexivo - vas a los sitios, siempre estás yendo a sitios pero, ¿cuándo paseas?

 ¿Cuándo paseamos?



lunes, 20 de febrero de 2012

VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA



Nuestro tiempo es incansable en hacer que cada mínima cosa lo signifique todo. Valga este diagnóstico de Sören Kierkegaard sobre la sociedad europea de 1844 como predicción de la nuestra.

A diario nos machacan miles de cosas mínimas desde los titulares de los periódicos y las cabeceras de los telediarios. Y cuando las vemos ahí colocadas es difícil darse cuenta de que no significan nada. Hay tantas ocasiones en que otorgamos protagonismo a situaciones absurdas que podríamos llamar a mucha de la información que recibimos sobre lo que pasa en el mundo “el maximalismo de lo mínimo”.  Es un libertinaje informativo que se ha disfrazado como libertad de expresión y no tiene nada que ver con ella. Nos hace mucho daño pero, bueno, ahí está cada día, impertérrito, consciente de que toleramos su presencia.

Para mí una de las peores manifestaciones de esta tendencia es la difusión impúdica de la intimidad, que se produce unas veces de manera voluntaria – pagada incluso-  y en otras sin conocimiento ni autorización de la persona a la que se va a poner en una picota.

Estoy segura de que recuerdan la noticia de un famoso diseñador de moda,  un semidiós contemporáneo, que el año pasado fue condenado a prisión y despedido fulminantemente de la gran firma para la que trabajaba porque, bebido y solo en un bar, hizo una declaración filonazi e insultó gravemente a unas personas que estaban allí, las mismas que lo filmaron con su cámara de móvil. Su imagen de alcohólico solitario que dice burradas, repetida millones de veces en las pantallas de todo el mundo, lo condenó al ostracismo en esta sociedad hipócrita que rellena las arcas con los impuestos del alcohol y margina a los borrachos.

A mí me impresionó profundamente esta historia. No porque me parecieran justas las declaraciones de aquel diseñador, que eran vergonzosas, sino por la agresión brutal a la intimidad que suponen esas filmaciones de cámara oculta. Mucho más grave que un exabrupto verbal, por repugnante que sea, me parece la posibilidad – aplaudida y jaleada- de que cualquier desconocido, con un teléfono móvil, pueda convertirte en protagonista del noticiario porque te caíste en una boda, porque estornudaste en un concierto o porque eres un pobre hombre – famoso y millonario- que tiene que ir al bar de su barrio a beber hasta perder la conciencia de sí mismo. Los propios gobernantes animan hoy a la delación, a la filmación del vecino. Es como si nos hubiéramos dado la vuelta y lleváramos las entrañas al aire y la piel por dentro, sin sitio para el decoro, ni para el respeto, ni para la vergüenza.

Kierkegaard lo explica mucho mejor que yo: Un arroyo que corre suena graciosamente, pero una suma de criaturas racionales que se convierte en un murmullo sin fin y sin sentido es algo cómico.

Me da mucho miedo que nos estemos convirtiendo en un murmullo sin fin y sin sentido, frívolo y chismoso, cómico a fuerza de no querer reconocer lo trágico de esta situación.

¿Qué significa hoy lo privado? ¿Qué es la intimidad? Pues es nuestro paisaje interior, el territorio nunca completamente explorado en el que tienen lugar las mejores creaciones y funciones de lo humano: el amor, la amistad, nuestro cuerpo y sus requerimientos, la imaginación y la apertura a lo moral y a lo sagrado.

En ese lugar privado de cada una de nuestras vidas está el trono de la libertad.  La libertad verdadera, claro, que no es la de hacer lo que a uno le dé la gana sino la de darse cuenta de que somos libres y tenemos que pasar toda la vida tomando decisiones. Ahí está el gran error de la sociedad contemporánea: no es más libre el vocero de su intimidad y de la de los otros sino, por el contrario, quien más las preserva. La libertad de expresión no estriba en contarlo todo sino en ser dueño de lo que uno cuenta. Y por supuesto no es mejor ciudadano el que va, móvil en ristre, buscando infractores de los usos sociales, sino quien relaciona su propia libertad con el respeto profundo y la compasión por los demás. 

miércoles, 15 de febrero de 2012

La sorprendente Gracia




¿Qué va a ser de nosotros? ¿Hacia dónde va este mundo loco? El telediario me desgrana sin pausa la crisis económica, el desplome de las bolsas, la pérdida de confianza en las soluciones políticas, el calentamiento global y el satélite descontrolado que caerá esta madrugada y nadie sabe dónde. 

Camino por la ciudad y un ramo de flores en una plaza me recuerda el luto del terrorismo. Me encuentro con personas que vivían tranquilas hasta que encontraron en una curva del camino la violencia callejera, la delincuencia, el paro o el alcoholismo. Madres que lloran me cuentan los estragos del consumo desenfrenado en la vida de sus hijos, los problemas de la educación, el maltrato en las familias. Las hojas del calendario al pasar me anuncian los problemas de salud de mis seres queridos y los míos propios, la vejez y la muerte. Y por la noche me despierta la preocupación por el futuro de los jóvenes, sobre todo de esos dos muchachos que dan sentido a mi vida.

Voy y vengo sin parar. Aconsejo a muchos padres que me preguntan sobre la educación de sus hijos y luego vuelvo a casa corriendo a ver a los míos, que se han calentado ellos solos la comida en el microondas. Hay tantas cosas que puedo hacer y no hago; tantas cosas que no puedo hacer. Las palabras que más empleo son: rápido, venga, corre, dale, más, aquí, ahora, voy, sí, ya. 


De repente, el remolino ha dejado de girar. Suena la voz de Jessye Norman que, sin acompañamiento musical, solamente con su canto prodigioso, desde el alma, desgrana la letra centenaria del más antiguo y hermoso de los espirituales negros, Amazing Grace, Sorprendente Gracia.

El canto dice:


Sorprendente Gracia, qué dulce tu sonido

Que ha salvado a un triste como yo.

Estaba perdido y me he encontrado.

Estaba ciego y ahora veo.

La Gracia tocó mi corazón para que temiera a Dios

Y la Gracia alivió mis miedos.

Qué regalo fue que apareciera en mí esta Gracia

En la hora en que creí por primera vez.



Mientras me llega la voz eterna de aquellos esclavos que nunca dejaron de confiar, recuerdo algo que me contó una madre de familia como yo, que también va a todas partes corriendo. Al terminar el Camino de Santiago se acercó a confesar con un sacerdote, y él, después de escuchar todos sus miedos y preocupaciones le dijo: No te agobies tanto. Déjale hacer algo a Dios.


Esta tarde todo se ha parado. Hasta mi agenda repleta, tan interesante, me parece un simple cuaderno usado.


La sorprendente Gracia, desde muy adentro, me recuerda que estoy en las manos de Dios. 

Confío.


Es curioso. Ahora Jessye Norman canta otro clásico del góspel: Él tiene el mundo entero en sus manos.


sábado, 11 de febrero de 2012

El heroísmo


El sábado pasado he conocido a un héroe. A lo mejor puede parecer un héroe pequeñito, al lado de los ingenieros de Fukushima, pero yo creo que no es más pequeño ni más grande. Cada héroe está en una circunstancia diferente, y ofrece el máximo de sí mismo de acuerdo con lo que esta requiera.


Colaboro desde hace muchos años con la ONG Delwende, que sostiene económicamente los proyectos que las Hermanas de la Consolación desarrollan en África, Asia y Latinoamérica. ¡Uf, cuánto me ha costado escribir “hermanas” y no “heroínas”! Porque las voluntarias de la ONG estamos aquí buscando financiación, pero las religiosas se van a contraer la malaria, a dar la vida por sus amigos en la primera línea del hambre y la pobreza.



Pues bien, el sábado estábamos desarrollando una actividad para obtener algunos fondos y se me acercó un hombre joven. Me saludó muy cordial y me dijo: “Mira, Carmen, yo soy socio de la ONG desde hace algún tiempo. Me hice socio aportando diez euros al año porque no podía dar más. ¡Pero hoy sí puedo! ¡Toma!”  Y me dio un sobre que tenía dentro muchísimo dinero. Tanto que el resultado del día fue cien veces mejor de lo que habíamos esperado. Me impresionó mucho esta generosidad. En seguida me di cuenta de que este buen hombre era también, a su manera y en su momento, un héroe. Porque quien es capaz de pensar en una ONG cuando le cambia la fortuna, en vez de pensar en gastar el dinero o guardarlo, es capaz de hacer muchas otras cosas también si llega el caso. Por eso no estaría de más que fuésemos reconociendo aquí a nuestros héroes cotidianos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres que también transforman la realidad. Son todos aquellos que hacen realidad la vieja máxima kantiana sobre la ética: Deber es poder.


miércoles, 8 de febrero de 2012

Los ingenieros de Fukushima


Todos recordamos aún el terremoto y el tsunami de Japón. Seguro que, entre las miles de noticias e imágenes de impacto que se sucedieron sobre la catástrofe, les impresionaría tanto como a mí ese equipo de ingenieros que entró en la zona cero de la central de Fukushima, para evitar la fusión nuclear y así salvar a la población que estaba en el entorno. Los ingenieros de Fukushima fueron conscientes en todo momento de que la contaminación radiactiva que iban a recibir era mortal. Todos se presentaron voluntarios.

Algunos medios de comunicación compararon a estos héroes con los pilotos kamikazes que, durante la Segunda Guerra Mundial, se inmolaban con su avión para hundir a los barcos aliados. Yo creo que la comparación es injusta. Los ingenieros de Fukushima no eran guerreros, no querían morir matando. ¡No creo que quisieran morir! Serían padres de familia, esposos, hijos, hermanos. Tendrían seres queridos de los que se despedirían con dolor, como dijeron adiós a sus planes de futuro y sus sueños. Entraron en la central ignorando si podrían solucionar la fuga radiactiva; su única certeza era que el intento sería lo último que harían en la vida.

Los ingenieros de Fukushima nos han hecho a todos una declaración solemne de amor. ¿O es que no es amor ese heroísmo? No hay mayor amor que el de quien da la vida por sus amigos, por sus paisanos, por los hijos de su gente y por los hijos de sus hijos.


Hay mucho amor en el mundo, hay muchos héroes. Ellos son los que hacen avanzar la historia, aunque los libros se detengan más en contarnos las guerras, y los telediarios estén siempre fascinados por los tiranos y los ladrones. 


Espero que quede en la memoria de toda la humanidad el heroísmo de los ingenieros de Fukushima. Desde el fondo de mi corazón doy las gracias por el sacrificio de estos hombres santos, por la gran lección, por la luz brillante de esperanza que supieron encender para todos los seres humanos de este planeta doliente.


sábado, 4 de febrero de 2012

Fonteyn y Nureyev


Recuerdo un poema de Borges que empieza con este verso:

¡Es el amor! Tendré que esconderme o huir.

 El amor es enorme y cambia la vida. No es difícil comprender el miedo que le tiene Borges, como se lo tienen tantas otras personas. Pero lo mejor es que no se puede explicar ni definir. Siempre que decimos “es el amor”, nos queda la frase un poco falsa y grandilocuente, porque el amor es como el cielo nocturno, siempre más grande que nuestra percepción de él, más complejo que nuestra definición, más rico que nuestras metáforas. Por eso hay tantísimas manifestaciones diferentes de la relación entre los seres humanos que pueden decir de sí mismas: yo soy el amor.



Y una de las más bellas, en mi opinión, es la consciencia de la presencia del otro. Se da cuando sabes que una persona existe y está, aunque no la veas; cuando, de alguna manera, las cosas que te suceden se desarrollan en su presencia porque, en silencio, se las cuentas.



Me gusta mucho el ballet. Me parece que la danza, cuando alcanza el grado de arte, sublima el cuerpo humano de tal manera que dejamos de verlo para presenciar el alma. El cuerpo de un gran bailarín en escena es alma pura.



Confieso que soy fan de Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev - la mítica pareja de bailarines de mediados del siglo XX - y que colecciono los videos de sus actuaciones que me regala You Tube. Pues bien, siempre se ha especulado sobre si ellos, que fueron pareja artística durante muchos años, estuvieron alguna vez enamorados. Hace poco he leído una declaración de alguien que fue amigo de ambos. Esta persona, preguntada por la relación que unía a los dos bailarines, contestó: No fueron amantes, pero siempre eran conscientes el uno del otro. Aunque estuvieran en una sala llena de gente, Rudolf y Margot se veían, se percibían, se escuchaban. Ellos dos sabían que existían.

Sabían que existían. ¡Cómo no va a ser esto el amor!



El profesor Mariano Martín Alcázar me ha enviado este texto de Bessiere:



Hay seres que «existen» para nosotros.

Están entre los testigos interiores que nos acompañan, que nos dan fuerza y luz para vivir.

Tal recuerdo, tal imagen de hombre o de mujer, me ayuda a vivir, desde hace años.

Necesito saber que esa sonrisa, ese humor, esa mirada, siguen vivos aunque queden lejos en el espacio y en el tiempo.

Si me enterara que se han apagado, el mundo y mi vida quedarían empañados y empobrecidos.

Quizá ellos también necesiten reconocerme y saber que seré siempre su hermano.


Qué bella me parece la expresión: nuestros testigos interiores. Pues sí, existen y son para nosotros una forma del amor.


miércoles, 1 de febrero de 2012

Perdonar (y2)


¿Qué hay que hacer para perdonar?


La respuesta me la trae Lituania. Estaba buscando un poema para enviar a mi amigo como despedida ante su aventura y encontré estos versos del poeta lituano Milosz:


Hazme caso.
Tiéndete bajo un árbol
bien nutrido con barbas de musgo.
O bajo cualquier árbol.
Tiéndete sin música ni pensamiento.
Sueña en el vacío
de la malgastada nostalgia.
Y sonríe sin rencor
a lo que te ha abandonado.




Ya está. Se perdona abrazando al tiempo y convirtiéndolo en compañero de un viaje interior en el que abramos de par en par todas nuestras puertas con esa llave maestra que es la voluntad de vivir; se perdona con un esfuerzo constante y diario para no malgastarse en la nostalgia; se perdona con trabajo y entrega a los demás, mirando para adelante; se perdona con esperanza, esto es esperando con paciencia la manifestación de nuestra capacidad para la renovación.


Una persona puede sufrir durante muchos años el dolor de una herida causada por quien hubiera debido amarle bien, pero siempre llegará el día en que pueda sonreír sin rencor a lo que le ha abandonado. Porque esa primavera del perdón es tan cierta como la que llega cada año al hielo de Lituania, aunque al principio del invierno esté igual de escondida.

Me gustaría decirle a quien se siente ahora hundido en la nieve hasta la cintura, que el perdón profundo llegará una mañana sin previo aviso, brotando de la propia esencia. Y quien sufre hoy un dolor inefable podrá tumbarse sonriendo al sol de la vida, bajo el árbol pleno de su propia historia, lleno de musgo por tantos inviernos pasados, pero lleno de hojas verdes y de frutos también.






lunes, 30 de enero de 2012

Perdonar I



Una persona querida para mí ha tenido que pasar una temporada en Lituania, a orillas del Mar Báltico. Es un lugar de inviernos casi eternos donde el primer mes del año se llama Enero el Terrible. Desde allí me ha escrito unas palabras que, como siempre, me han hecho pensar. Dice:

Ya en esta tierra de frío inquebrantable, profundo, aterrador. El frío aquí tiene una vida propia, una forma de ser desconocida para nosotros, es como si existiese también en otro idioma y con otras claves. Realmente uno no se puede imaginar la adaptación a esto. Un frío intenso, total, que lo llena todo. Aquí no se puede decir ¡qué frío! Nos miramos y nos quedamos sin lenguaje que lo defina.

Me ha impresionado mucho esta descripción del frío como si fuera un sentimiento y no una sensación.

Me he dado cuenta de que este frío inquebrantable se parece a una clase de dolor. Y es que hay algunos dolores en la vida tan intensos y profundos, tan totales, que no se puede hablar de ellos. Son los que nos causan las personas que amamos: un miembro de la pareja al otro, los hijos a los padres, los padres a los hijos... Algunas veces uno tiene que alejarse de alguien a quien ama para seguir viviendo. Dice Cioran que los acontecimientos más importantes de la vida son las rupturas, y que ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria.

Cuando una persona siente esta clase de dolor le pasa como a mi amigo con el frío polar, que no se imagina cómo terminará adaptándose a él. Sin embargo, en el fondo del alma, muy escondida, alienta desde el principio una certeza: para sobrevivir habrá que perdonar.
Hannah Arendt dice que la única posibilidad de dar marcha atrás en el irreversible daño que nos causamos unos a otros es la facultad de perdonar.

El perdón profundo – el que absuelve un dolor inefable- es un valor impreso en lo más hondo del ser humano. Pero las heridas no se cierran sólo con la voluntad.

¿Qué hay que hacer para perdonar?

martes, 24 de enero de 2012

Aceptar el dolor. Zumo de naranja.



Hace poco, en un reportaje del telediario, una muchacha joven y guapa decía ante la cámara: “¿Tú sabes lo que disfruto yo ahora de un sencillo zumo de naranja? ¡Doy gracias al cáncer por enseñarme a vivir!”. 
 

Esta muchacha respondía valientemente - desde el corazón, que es el sitio donde mejor viven la esperanza y sus paradojas - a una pregunta difícil: ¿puede vivir con agradecimiento alguien maltratado por el dolor? La respuesta más razonable es no. Sin embargo, conozco a personas que han sabido encontrar el sentido de un dolor inhumano, no se han dejado abatir y aprecian el tesoro de vivir conscientemente; recuerdo historias increíbles de superación y esperanza; me han hablado de la alegría que se encuentra a veces en medio de la desolación en los países más pobres... Existe en el corazón del hombre la capacidad de superar el dolor, y la de trascenderlo, y la de aprender de él porque contamos con una imperiosa voluntad de vivir.



Esta cualidad está documentada y los psicólogos la denominan resiliencia. Es un término tomado de la física y alude a los materiales que son capaces de recuperar su forma original después de una gran presión, y pueden doblarse sin romperse. Así que una persona responderá al dolor de manera propia y variable en cada momento de la vida, en la medida de sus fuerzas.  Y tal vez la desesperación de años pueda considerarse como un hito de aprendizaje en quien haga un recuento sereno de sus vivencias. 

 Aceptar el dolor no es rendirse, no impide luchar. Supone, sencillamente, reconocer que nuestra pequeña biografía se encuentra en las manos de Dios. Y que ese es un lugar seguro.

viernes, 20 de enero de 2012

Tres personas. La gratitud.


Una de estas mañanas de invierno, la más clara y fría de este año, iba caminando Castellana abajo y me sorprendía que el aire de Madrid pudiera ser aquel día tan fresco y limpio, tan digno de esas montañas que tenemos ahí cerca. Al poco rato me di cuenta de que iba salmodiando “qué admirable es Tu nombre en toda la Tierra”. Por eso quisiera hablar de la gratitud.

Los salmos hablan con palabras eternas. También gracias es una palabra eterna, así que voy a empezar agradeciendo la presencia en mi vida de las tres personas que inspiran este escrito.

Las dos primeras son mis abuelas. Mi abuela Pura era una mujer llena de exquisitez y ternura, una gran dama; mi abuela Carmen, una mujer luminosa llena de alegría de vivir.

De ambas recuerdo bellos consejos relacionados con la gratitud. La abuela Pura me decía siempre: “de bien nacido es ser agradecido”. A ella le parecía que dar las gracias era un principio básico del comportamiento y que a lo largo del día había mil ocasiones para ponerlo en práctica. "Lo único que necesitamos - me decía - es ser conscientes de cuántas pequeñas cosas buenas nos pasan, de cuántas personas nos facilitan la vida con favores útiles. Y podrían no hacerlo, así que hay que darles las gracias."

Tenía razón. Cada uno de nuestros días está lleno de pequeñas atenciones que nos dedican otras personas, y lo hacen porque están atentos a nosotros. El agradecimiento en este primer nivel nos ayuda a ubicarnos como seres finitos que precisan de apoyo. Pero además muestra una faceta muy bella de la humildad: quien recibe un favor es generoso porque permite dar a quien quiere dar. Tener la humildad de recibir favores humaniza mucho. Aunque solo fuera por eso deberíamos dar las gracias.

De mi abuela Carmen recuerdo la capacidad de sorprenderse y la curiosidad. "Agradecer es mirar bien, a lo que tienes y no a lo que te falta", me decía. Ella sabía que muchas de las cosas buenas que nos pasan no son merecidas ni las ganamos por oposición, y que la tarea de nuestra voluntad consiste en valorarlas.

Este tipo de agradecimiento espiritual precisa de humildad porque es la actitud opuesta al egocentrismo. Si fuésemos conscientes de estos favores de la vida para con nosotros, nos quejaríamos menos, aprenderíamos más, daríamos importancia a lo esencial y no a lo accesorio.

Lo que hemos vivido hoy y lo que hubo ayer, los que estuvieron, los que están y los que estarán, la buena salud o la mala - mientras haya camino que andar- el amor que nos hace felices, el desamor que nos hace comprensivos, el reto que nos hace fuertes y el traspiés que nos descubre débiles... Esta amalgama de relaciones y vivencias nos permite emplear la palabra yo de una manera propia y diferente a la de cualquier otra persona. Somos únicos. A poco que nos paremos a pensar, tenemos que estar profundamente agradecidos por ello.

La tercera persona es Carmelo Gómez, el gran actor. Hace unos años, en una entrevista para mi libro Contigo aprend, me dijo: “por haber nacido solo tenemos obligaciones; los derechos nos los otorga alguien porque nos quiere.”

Aquí está la premisa básica para un tercer tipo de agradecimiento, el que podríamos denominar social.

Vivimos en una sociedad de los derechos que, a pesar de sus facilidades, está llena de contradicciones y tiene mucho que explicar a los millones de personas que viven en su periferia. La mejor manera de corresponder a nuestros privilegios es trabajar por la justicia. Por eso es tan adecuado el mensaje que nos invita a recuperar las obligaciones, la ob-ligatio, esa vinculación con los demás desde la misma hora de nuestro nacimiento.
Por los derechos que nos otorga esta sociedad en que hemos tenido la suerte de nacer, y por las obligaciones y deberes que nos vinculan a los demás convirtiendo nuestra vida en profundamente humana, muchas gracias también.

A quien corresponda.